Al Sr. Lic. Luis Echeverría Alvarez
(Este cuento solicitado por un diario capitalino me fue devuelto porque
el director opino que "molestaría al Sr. Presidente.")
Llegando a Londres (1970), mi primer pensamiento fue ir a saludar a Sherlock Holmes, héroe de me niñez y admirado detective de relieve mundial. Satisfacía así mi admiración por el asombroso investigador policial y al mismo tiempo daba por cumplida la intención que me había propuesto, desde que pense en llevar a cabo el viaje, de tomar contacto con la personalidad mas conspicua de cada lugar que tocara mi recorrido. Desde hacia mucho tiempo sabia donde localizar al detective; Antonio Helu (q.p.d.), con quien se carteaba, me había dado su dirección y en cuanto acomode mis valijas en el hotel y me cambie de ropa, adoptando la clásica indumentaria londinense (saco gris, pantalón a rayas, bombín y paraguas) aborde el autobús numero 56 que me dejaría cerca de la calle donde habitaba el señor Holmes y me lance a encontrarlo.
Yo marchaba, o por mejor decir, el autobús marchaba, según me parecía, alegremente, en esa mañana de mayo soleado y transparente, con animo satisfecho deseoso de que yo llegara cuanto antes a mi destino. Baje del autobús en la esquina convenida y dando vuelta a la derecha en Baker Street halle fácilmente el numero 221-B. Me apresuraba a llamar tocando el timbre, cuando la puerta se abrió y Sherlock Holmes apareció en el umbral. Enseguida lo reconocí: alto, flaco, con su ganchuda nariz, gorra a cuadros, saco de pana gruesa, pantalón de franela clara, pesados zapatos, una cámara de retratar en bandolera y la humeante pipa en la boca. Detrás de él se veía la rechoncha figura de su inseparable compañero el doctor Watson. Inmediatamente Holmes me tendió la mano diciendo:
-Mexicano, no es verdad?
Yo titubee asombrado, mientras me dejaba estrechar la mano contemplando
el rostro del detective que retrataba una irónica sonrisa al darse
cuenta de mi aturdimiento. Al fin pude responder:
Mexicano , si Sr. Holmes, pero como lo ha
notado usted a primera vista?
Holmes retiro la pipa de su boca y dirigiéndose a su compañero,
dijo:
-Advierte usted, doctor Watson, el asombro del señor visitante.
Me da todos los ingredientes para hacer un diagnostico y luego queda desconcertado
de que yo descubra su nacionalidad. Una ojeada me ha bastado para identificarlo
cuando el pone a mi alcance los mil y un detalles que le exhiben. Elemental,
doctor Watson, elemental.
-Pero - me atreví a balbucear -no creo tener nada encima ni folklórico ni típico que diga algo de mi país. Cómo ha llegado usted tan fácilmente a identificarme?
Holmes volvió a sonreír y dijo:
Veamos el caso. Usted ha llegado hasta aquí en autobús
no es verdad?
Si señor, en el numero 56.
-Mientras se acercaba a la puerta para llamar lo he sorprendido
tocándose la cartera, temeroso de que pudieran habérsela
robado durante el trayecto. Este es un gesto de todos los mexicanos cuando
descienden de los autobuses.
Instintivamente volví a tocarme la cartera. Estaba en
su sitio. Holmes tenia razón. Pero, eso era todo? Holmes continuo
mientras me miraba de arriba abajo:
- Y ese otro ademan de palparse el lado derecho, hacia atrás, por donde se porta la pistola. Usted no la trae ahora y por eso mismo se advierte en los ojos una mirada inquieta, le diré la verdad: acobardada.
No pude soportar que así se me tratara e interrumpí al detective diciéndole furioso:
- Acobardado? Eso si que no, señor Holmes: los mexicanos
somos muy hombres!
Holmes volvió la cara hacia el doctor Watson y le dijo:
- Que le parece, doctor? Al mexicano le ha salido lo mexicano.
Mas bien se lo hemos sacado a flote. Vamos, ha aparecido "el charro: ...
- "El charro? - inquirí --. En donde se me ve a mi lo
charro?
Holmes volvió a reír.
- En todo mexicano ha un charro, dijo arrojando el humo de su
pipa. No se moleste, basta mirarlo a usted. Seguramente usted nunca ha
vestido el traje de gamuza, ni se ha calado uno de esos fantásticos
sombreros aludos que por su peso van haciendo cada día mas chaparros
a sus paisanos. Pero usted se codea con ellos, los soporta y en su interior
los admira. En cada mexicano alienta la vanidad del que va vestido de oro
y plata, con
desprecio para el infeliz al que se ha desnudado para dar brillo al charro;
de ahí el aire insolente, la actitud del perdonavidas empistolado,
rijoso, bravucón y arisco ... pero quítele la pistola al
mexicano, desnúdelo de los alamares dorados y que queda de el? Tan
solo un individuo sumiso, obediente a la voz del que tiene a su vez la
pistola, al que se le impone los amos que tiene que obedecer ...
-Se le impone? Eso si que no, señor Holmes - proteste
furioso -. Nosotros vivimos bajo un régimen de absoluta democracia.
Nosotros designamos con nuestro voto a nuestras autoridades.
- Muy bien, señor mexicano - agrego Holmes satisfecho
-. Ustedes designan con su voto a sus autoridades. Quiere usted que
le diga desde hoy, quienes serán sus presidentes hasta el final
de este siglo?
- Eso no lo puede saber nadie, señor Holmes, usted no
puede penetrar en el corazón de mi pueblo.
Holmes se río largamente y respondió:
- Hagamos algunas deducciones. Ustedes cambiarían de presidente
en los anos de setenta y seis, ochenta y dos, ochenta y ocho, noventa
y cuatro y cien, o sea el ano dos mil. Yo voy a dar a usted los nombres
de los cinco presidentes que ocuparan esos puestos.
- Pero vamos, señor Holmes - le dije amoscado - usted presume
de adivino?
- No señor - respondió - nada mas de hombre capaz
de deducir.
Sentí que el corazón se me salía del pecho. Saber, antes que nadie, quienes serian los próximos presidentes ... Asegurarme con los amarrados ... Pero, iba Holmes a saber en verdad los nombres de los candidatos? Como si leyera en mi pensamiento, el detective, después de lanzar una bocanada de humo, me dijo:
- Cree usted que yo adivino. No es así? Pues no, señor, todo es cuestión de simple lógica. Si usted se toma el trabajo de estudiar como han sido escogidos los anteriores. He dicho escogidos y no elegidos. Esta usted de acuerdo con esa palabra?
Yo estaba de acuerdo con todo lo que Holmes dijera, lo que me interesaba en ese momento era saber los nombres de los futuros mandatarios y no quise interrumpirle. La deducción, la lógica, eso era todo.
- Fíjese bien - dijo Holmes - usted y yo vamos a descubrir la incógnita. Principiamos por el penúltimo, seguiremos con el ultimo y desembarcaremos en el futuro. Todo esto es tan simple que me admira que los mexicanos no sepan, con medio siglo de anticipación, quienes serán sus mandatarios. No puede haber otros, todos siguen en cadena. Fíjese bien y responda a mis preguntas. Vamos a situar a cada persona en su lugar y usted vera irse retratando a los escogidos y la razón de haberlo sido. Principiemos ...
En ese momento sonó el timbre del carro de la policía, un sargento se acerco a Holmes y hablaron. Algo muy importante debió haber sido porque Holmes se volvió hacia mi y me dijo:
- Imposible seguir esta charla. Venga otro día cualquiera. Ahora hay un caso muy importante que aclarar. Mas importante que averiguar esos nombres que usted espera. Mas adelante ... es una cosa tan simple. Ya vera ...
Holmes monto en el auto seguido de doctor Watson. Me hizo un ademan
de adiós y se marcho. Tuve que seguir mi viaje. No lo volví
a ver.
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